Existen momentos en que uno debe volver a sus raíces. A coger fuerza de los lugares en los que mejor se encuentra, pero sobre todo a darla. En esos instantes una música recorre la imágen que tus ojos perciben, una sensación extraña atraviesa cada parte de tu piel, de tu cuerpo... y tan solo ahí, en medio de todo lo que te ha acompañado y formado a lo largo de tu vida, puedes cerrar los ojos, respirar profundamente y agradecer quién eres, dónde estás y sonreir por lo que quieres.
Llevo un par de días out, una semana estresante (comenzando por mi cumpleaños, del que creo que no he sido ni consciente), pero lo mejor ha sido que he viajado a mi casa. He disfrutado con mi madre, con mi hermana, con mis primas, con mis perras... he disfrutado del verde de las plataneras, del marrón de las montañas, del azul penetrante del mar y el blanco de las nubes. De días cristalinos, de esos que desde que vivo en Madrid y absorbo su nube amarillenta que la sobrevuela, no había tenido.
Existen momentos en que uno debe volver a sus raíces.
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